Viéndose uno a si mismo, quizás en un espejo,
tocando con los ojos aquella mascara sincera que
nos auto imponemos.
Lo que la cultura ha construido, y la economía ha revestido
de cemento, allí están los valores de cierta generación
naciente y ácida.
Sentirse lejos de la mano de dios, horrorizado por los
poderes absolutos de los dominadores,
ser capaz de ver los sutiles hilos que tejen la industria cultural,
y siendo denunciante constante de los crimenes de una humanidad corrompida.
Quizás, y sólo quizás así nos sentimos gratos,
quizás y sólo quizás así vemos el devenir desde nuestras atalayas,
quizás y sólo quizás esto le da sentido a nuestros cuerpos.
Al mirarse entonces en el agua, o en las ventanas empañadas por los tristes
inviernos, reconocerse como partidario del asesinato de embarazos, del matrimonio
bizarro entre iguales, y el desconocimiento total de un cadaver viviente que
habla con los muertos desde su trono dorado en Roma.
A uno le hace pensar que ha venido desde el mismo infierno,
y eso me hace sentir perfecto, muy perfecto.
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